Transforma tus conversaciones

Coaching for Happiness

8 mayo 2025

Imagínate. Corre el año de 1958.

Cuentan que el presidente estadounidense Richard Nixon está de visita en Brasil, quiere ir a hacer amigos y establecer relaciones comerciales. 

Sale del avión, miles de personas le esperan en el aeropuerto, todos le vitorean, aplausos. La televisión brasileña emite en directo la bajada del avión.

Y él con una sonrisa de oreja a oreja ¡¡empieza a hacerles la peineta a todos los brasileños al más puro estilo Mr. Bean!!

¿¡Pero qué hace este hombre!? Se preguntan todos los brasileños…

Bueno, en realidad, Nixon no hizo exactamente “ese gesto”, cuentan que él estaba haciendo el signo de OK con las dos manos, juntando el dedo índice y el pulgar.

Pero lo que no sabía este hombre es que ese gesto es superofensivo en Brasil, es el equivalente a hacer la peineta.

Esta anécdota se suele contar mucho en temas de problemas de comunicación entre culturas.

Pero no hay evidencia de que en realidad sucediera 😊.
(De hecho, en 1958, Nixon no era aún presidente, y ese año no visitó Brasil).

Y la diplomacia internacional cuenta con muchos siglos de antigüedad y todo esto los responsables de protocolo lo tienen muy en cuenta, incluso con gestos tan aparentemente inocentes como ese.

Te cuento esto, para que veas que así, para empezar, los gestos, aunque parezcan universales, no lo son.

Ni tampoco lo es tu forma de ver el mundo, aunque a ti la tuya y a mí la mía nos parezcan puro sentido común.

La comunicación no verbal está profundamente influenciada por la cultura, el contexto y las experiencias personales.

Lo veo todos los días mientras hablo con mis niños, les digo una cosa y entienden otra.

También me pasa en sesión. Un coachee me dice una cosa y su cuerpo dice otra. Y lo que manda es lo que dice el cuerpo.

Recuerdo una sesión con una coachee, Laura.
Ella me contaba con mucho entusiasmo sobre un nuevo proyecto profesional. 

De cuello para arriba todo coherente, pero sus brazos estaban cruzados, hacía jueguecitos con sus dedos y su lenguaje no era muy fluido.

A ver que a lo mejor se había cruzado de brazos porque tenía frío.
Pero ya sabéis como es el coaching, haciendo preguntas desde la curiosidad total aflora información que ni uno sabe ni siquiera que tenía.

Laura tenía más miedo que tres.
Sí pero no. Contenta pero con una risa nerviosa que lo decía todo.

Qué bueno sería si pudiéramos hablarnos sin filtros. Todo sería mucho más sencillo.
Qué bueno poder ver con claridad: “Oye pues estoy contenta con la promoción, pero me muero de miedo”.
Qué bien si pudiésemos descifrar sin autoengaños qué es exactamente lo que nos encanta de una nueva propuesta y lo que nos asusta. 

Porque a veces, ese miedo lo confunde todo y ya no sabes si es que la promoción no te gusta, o no te gusta la empresa, o es el jefe, o es todo.

Pero, en realidad, lo que pasa es que te encanta la idea pero te da miedo.

¿No sería más fácil así?

El cómo nos hablamos cuando las cosas salen regular me llama la atención.


Lo mal que nos tratamos.
Cuando nos equivocamos, cuando fallamos, cuando no lo hacemos perfecto. 

“Soy tonta”. “Cómo no he podido darme cuenta”. “Hay que ver lo lento que llego a ser”. “Soy lo peor”.

En fin…¿qué pensarías si vieras a un padre hablarle así a un niño? ¿o a una mujer hablarle así a su pareja?

Pensarías que es un acosador.
Que está haciendo bullying y que además con esa actitud no va a sacar nada bueno de la otra persona.

Sin embargo, en las sesiones de coaching veo una y otra vez cómo engordamos la autoimagen negativa que tenemos de nosotros mismos. 

Poniendo los ojos en blanco mientras nos soltamos esa retahíla de palabras bonitas.

La conversación más importante: la que tienes contigo mismo


Porque la persona a la que más hablas es a ti mismo.

Y a ti pregunto: ¿cómo te hablas?
¿Eres tan cuidadoso y compasivo contigo como lo eres con los demás?

En muchas ocasiones, somos nuestro peor crítico, lo que nos lleva a sentirnos inseguros y desconectados de nuestra fuerza interior.

Ay, cuántas cosas mejorarían en tu vida si pudieras charlar contigo mismo con la misma delicadeza que usas con los demás. 

Si entendieras que cuando metes la pata es porque hay una lección esperando a ser aprendida. 

Si lograras darte un empujoncito e infundirte ánimos para volver a intentarlo sin castigarte. 

Estamos aquí, y esto es como un juego.

Podemos ponerle todas las ganas en cada momento y aun así las cosas no siempre pintarán como queremos. 

No olvides que eres de carne y hueso, no una máquina.

Ya sé que no es sencillo lo de tratarnos con bondad a nosotros mismos, pero es algo que se puede practicar. 

Y, créeme, funciona muy bien.

Hace poco, una coachee me decía que le cuesta horrores dar feedback porque le da miedo herir a alguien.

Me explicó que siempre intenta tener muchísimo tacto al hablar con los demás. Que la idea de ofender a alguien o crear un conflicto le resulta insoportable.

Le pregunté entonces que cómo se hablaba a sí misma, si se trataba con el mismo tacto.

«No», me respondió rotunda.

Y es que tratarte así, con esa dureza constante, no trae nada bueno.

Te deja andando por la vida como si cargaras un peso, desconectado de tu propia fuerza, porque con ese crítico interno echándote broncas todo el tiempo, acabas sintiéndote como si hubieras perdido antes de empezar.

¿Tú cómo te hablas?

¿Crees que podrías bajar el volumen a esa voz interior?

Imagínate por un momento cómo cambiaría todo si lo hicieras, si te trataras tan bien y tan compasivamente como tratas a los demás.

Esto de hacer las paces contigo mismo sale un montón en las sesiones de coaching.

Y no solo eso, también es una herramienta genial para arreglar líos con otros o incluso con equipos.

Pero, claro, ¿qué deberías tener en cuenta para que funcione?

La silla vacía

En mis sesiones de coaching, me gusta usar una técnica conocida como la silla vacía.

Es una herramienta sencilla pero profunda: te invito a que coloques una silla frente a ti y dialogues con esa parte de ti que te juzga o con un conflicto interno que necesitas resolver.

Le das voz a eso que te pesa, como si estuviera ahí sentado, y lo enfrentas.

Aplicas las técnicas de conversación que te he contado, y conversas con la silla. De forma organizada, clara, con la inteligencia emocional activada, y con el tacto que usas para los demás.

Y, a la vez, no solo hablas, sino que te escuchas atentamente lo que te estás diciendo.

Suena un poco loco ¿verdad?

Pero este ejercicio suele revelar que ese diálogo interno tan negativo es lo que nos impide sentirnos bien y avanzar.

Aprender a hablarnos con amabilidad y comprensión no solo fortalece nuestra autoestima, sino que también mejora cómo nos relacionamos con los demás.

En resumen, la comunicación es un arte inmensamente complejo y maravilloso.

Está moldeada por nuestras distintas culturas, los principios y valores que nos inculcaron, las creencias limitantes, la educación recibida y las experiencias personales.

Lo que yo digo y lo que entiende el otro que viene también con su mochila llena.

Pero también es una herramienta poderosa: cuando la usamos con intención y empatía, tiene el poder de transformar nuestras relaciones y nuestra vida.

Empezando por uno mismo.

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