Lo que callas… también habla (mucho de ti)

Coaching for Happiness

2 junio 2025
Y a veces, lo gritas… (pero en la dirección equivocada)

Puedes ser tímido. O el alma de la fiesta.
Introvertido con antena social o extrovertido sin frenos.

Da igual. Todos, absolutamente todos, estamos metidos en esto:
Relacionarnos.

 Porque aunque te parezca lo contrario, no se puede no comunicar

Como decía el psicólogo Paul Watzlawick:
“Es imposible no comunicarse.”

Las consecuencias del silencio emocional

Porque sí, el silencio también comunica, incluso cuando callas, estás “hablando”.

Tu mirada, tu gesto, tu postura corporal, ese «me da igual»… todo eso, también dice algo.

Y normalmente dice mucho más de lo que imaginas.

 Y en una relación (de pareja, de amistad, de trabajo), lo que no aclaras, el otro lo interpreta a su manera.
Y ahí empieza el lío.

Porque una pausa puede sonar a desprecio.
Y esos “me da igual” se acumulan y, a la larga, dañan la relación de forma irreparable.

Nuestras mochilas también discuten entre sí

Cuando dos personas hablan, no solo están ellas.

También están sus mochilas cargadas de “piedras”:

  • Las de heridas no resueltas.
  • Las de silencios tragados.
  • Las de días con la batería emocional bajo mínimos…

Y claro, ¿qué pasa cuando llenas tu mochila de demasiados silencios?

Que un simple café más frío de la cuenta puede convertirse en una bomba de relojería.
Y no es el café. Lo sabes.

Es lo que venías cargando.

Y el camarero, pobrecito, se lo lleva todo puesto.

Aprender a decir lo que toca, a quien le toca y en el momento que toca, es una de las formas más bonitas de quererte y de cuidarte.

Y quién paga el pato (y el café)

Primero , que explotas por lo que no soltaste esta mañana (ayer, o hace años).

El camarero, que te encuentra en mal momento, y un error desencadena tu ira.

Tu pareja, que se lleva una mirada de hielo sin saber bien por qué. Y posiblemente malinterprete la situación.

Y tú otra vez, cuando te das cuenta de que no has sido razonable y te sientes culpable.

Y callas. Y acumulas. Y vuelta a empezar.

¿La solución? ASERTIVIDAD, así, con mayúsculas.

 

Decir lo que necesitas. Sin atacar.
Pedir lo que quieres. Sin culpa.
Hablar desde la emoción, no desde la rabia.

Porque si no lo haces, si no dices las cosas en el momento preciso y con el tono adecuado,
lo acabarás diciendo igual… pero a quien no le toca.

Y ya es hora de dejar de pagar tú por todos.

Así que, cuando sientas que vas a estallar por algo pequeño, para.

Respira. (Respira otra vez).

Y pregúntate:
¿Esto es mío? ¿Es de ahora? ¿Es de verdad con esta persona?

Qué bueno sería aprender a darle (y darnos) a cada cual lo suyo.
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