Sobre cómo de la "niña buena" se llega a la adulta emocional
En todas las casas, hay rituales sagrados… como el de las familias que escogen el viernes como el día de las 3P: Peli, pizza y palomitas.
En mi caso no es exactamente así. Hay ritual, sí. Pero empieza cuando el resto está dormido. Y me digo … ¡Por fin sola! Con un mix de culpabilidad y necesidad.
Y disfruto de mi momento clandestino.
Me repito que para cuidar bien tengo que cuidarme yo. Y eso lo digo porque por fin hay algún destello de que la niña buena que parecía que tenía que ser, está ya, casi cogiendo la puerta. Casi.
Ayer quise ver una película y aunque no soy muy de Disney, se me ocurrió ver Brave. El título traducido me gustó: “Indomable” y me dije “mira qué título, no será casualidad. De eso la mayoría no vamos sobrados”.
Por si no la has visto, Mérida es la hija de la Reina Elinor y del Rey Fergus. Está destinada a ser una princesa clásica y su madre la educa así desde pequeña.
Bordar, sonreír, ser complaciente, amable, dulce y educada. Y así no romper la tradición cuando venga el pretendiente indicado.
Pero la joven es arco, flecha, caballo sin montura, naturaleza salvaje y pelos a lo loco. Y el día que su madre le pone un corsé para recibir pretendientes, se carga el vestido al cabo del rato. Su esencia revienta las costuras.
Y dirás, ¡qué madre tan pesada! Y a lo mejor te recuerda a la tuya, que tenía la creencia limitante de que si eras calladita, bienpeinada, dulce, complaciente, estudiosa y primorosa, la vida te iba a ir mucho mejor.
La madre de Mérida así lo creía también. Por eso siempre digo que el amor… no es suficiente. Tu madre, porque te quiere, tiene la obsesión de que seas aquello que cree ella que te va a asegurar la supervivencia. Secuestrada por un miedo insuperable.
Pero eso que quiere ella está bastante lejos de ser lo que eres tú.
Y desde niña empieza a mostrarte lo contenta que se pone cuando no das ruido. Lo orgullosa que se siente cuando estás callada. Cuando eres sensata. Cuando no eres rebelde. Cuando no te quejas. Cuando eres complaciente. Cuando haces lo que hacen las niñas buenas.
Y tú que todavía te estás formando, vas aprendiendo que por ese camino a lo mejor la vida no es tan divertida, pero es más tranquila. Y mamá está contenta.
Y si eres consciente como lo es Mérida, date con un canto en los dientes. Ella se resiste, lucha, huye con el caballo, se funde con la cascada e intenta de la forma que sea ponerle límites a su madre.
En mi mundo, la mayoría de personas no es consciente de que está poseída por el síndrome de la niña buena. Pero sí, todavía hay una serie de cualidades que se perciben en positivo, especialmente en las mujeres: la discreción, la suavidad y la complacencia.
Son cualidades obligadas a compartir espacio con nuestro Yo más esencial: la Voz interior más rebelde, el destello de creatividad indomable, el ingenio innato (¡tu chispa!), en definitiva: nuestro yo en estado puro que ha empezado a despertar.
Y no solo comparten el espacio, sino que en muchas ocasiones habitan en perpetuo conflicto.
Pero romper con este patrón, con este síndrome, es el primer paso hacia la libertad, hacia ser más feliz (o al menos, a ser más feliz en tu propia autenticidad).
Como bien señala Stephanie Jaie en su artículo Breaking the Good Girl Syndrome Silence: “Romper el síndrome te hará libre”
Y, yo añado, y seguramente más “happiner”.
Adaptarnos a las expectativas ajenas puede parecer una solución fácil.
Tratamos de moldearnos y nos exigimos vestir un corsé, que comprime y silencia, y que, sobre todo, nos desconecta de nosotros mismos.
“Si me premian por sonreír, sonrío, aunque me duela hasta el alma. Y, aunque no quiera, lo haré, y lo seguiré haciendo.
Pero ese precio, el de desconectarte de tu esencia, es demasiado alto.
Porque ten por seguro que tu cuerpo SABE el papelón que estás haciendo.
Y te pasa la factura, y te arrea una buena dosis de agotamiento mental.
Y hará todo lo posible para que salgas de tu encierro, de tu armario, y venzas al miedo a presentarte tal cual eres.
No todo está perdido, por muy arraigado, por muy profundo que sea el surco… ¡HAY SOLUCIÓN!
La clave para superar el síndrome de la niña buena radica en la autorreflexión, el autoconocimiento y el establecimiento de límites saludables.
Como señala Funmi Lijadu en su perspicaz análisis: “Poner límites al desequilibrio, te hace más justa contigo misma, más saludable, más feliz.”
Aprender a poner freno al desequilibrio no solo nos permite ser más justas con nosotras mismas, sino que también nos conduce hacia una vida más plena y satisfactoria.
Al establecer límites claros, nos abrimos camino hacia un mayor bienestar emocional y una felicidad más auténtica.
Existe en los que padecemos este síndrome una mezcla letal de perfeccionismo, autocomplacencia y un constante priorizar las necesidades de los demás.
Es una mezcla peligrosa y explosiva.
Y pegajosa, que te atrapa en un bucle en el que te lleva a sentir que no por mucho que te esfuerces acabas sacando todo tu potencial y mucho menos recibiendo lo que te mereces.
La mayoría de las veces son comportamientos totalmente inconscientes.
Estos patrones de comportamiento se han incrustado tan hondamente en nuestra esencia que los seguimos de manera instintiva, sin darnos cuenta de cómo nos restringen y erosionan nuestro bienestar.
Es, nos decimos a veces, nuestra educación. Así me educaron. Son las normas de la buena educación…
Frases de refuerzo de un comportamiento inconsciente.
Tal como señala la Cleveland Clinic Canada en su artículo “6 signs you have ‘Good girl syndrome’” (Los 6 síntomas que indican que padeces el “síndrome de la niña buena”), la solución pasa por:
- Reconocer y aceptar tus emociones
- Establecer límites claros y, algo que me resulta fascinante
- ¡Haz caso de tu instinto! (“Listen to your gut!”)
No lo dudes, invita a tu instinto a esta conversación, verás que tiene mucho que decirte si aprendes a escucharte, y, además, así calmarás tu conflicto interno.
Eso es lo que llamo paz y felicidad en estado puro.
Por supuesto, las consecuencias, no solo impactan tu vida personal o familiar, sino que afectan a toda tu carrera profesional.
Lois P. Frankel, reconocida psicóloga estadounidense, afirmaba en su libro “Las chicas buenas no llegan a los puestos directivos” que, entre otras razones, huir del conflicto se convierte en un obstáculo para alcanzar roles de poder, aunque tengas todo el conocimiento y la experiencia.
Es renunciar a ti misma y el mundo a tu alrededor lo nota, se palpa, lo saben.
Es como si emanaras una señal silenciosa que todos captan.
Conocerse a una misma y alinearse con tu esencia es garantía del éxito más importante: Estar en ti.
Digan lo que digan piensen lo que piensen los demás.
Esa fidelidad a ti misma te ayudará a tomar mejores decisiones.
A serte leal, a tratarte mejor, a ser más feliz. A ser más happiner!
Será tu brújula interna, que te guiará hacia un amor propio inquebrantable y un cuidado personal más profundo.
Es el camino que te conduce, paso a paso, hacia una felicidad más madura y duradera.
Es saber decir que sí o que no, SIN CULPABILIDAD, con libertad.
Es comunicarte con asertividad, en todas las áreas, con todo el mundo.
Es reconocer tus logros y tus puntos de mejora por igual, sin restarle importancia a unos ni pasarte con el bombo a otros.
Es quererte.
Independientemente de lo que le gustes a las demás
Del miedo que tiene tu niña a no gustar a los demás, del miedo al rechazo, a no encajar, o a retar lo aprendido inconscientemente, pasamos a la libertad de la adulta emocional.
A la libertad de la felicidad madura.
A lo que yo llamo ser más happiner.
Y dos cosas antes de terminar.
La primera, quiero compartirte una última reflexión, esta de Gustavo Benejam, doctor en psicología, sobre este tema: Hay un coste oculto de ser una buena niña.
Y la segunda dejarte con una frase de Mérida, la prota de Brave: «Nuestro destino está dentro de nosotros solo tenemos que ser valientes para verlo.«