Y de verdad que no.
Que son 35.000 las decisiones que tomamos al día.
Y hay días que me da por dudar de todo y cuando tengo la decisión delante se me bifurcan 300 caminos diferentes con sus supuestas consecuencias. Vamos, una alegría.
El otro día estaba en un restaurante y mientras el camarero me miraba con su comandero en mano yo me sumergía en el menú haciendo todas las hipótesis posibles. Si pido pasta me va a dar sueño. Si pido carne, ay no sé, igual no tengo tanta hambre. Debería pedir pescado. Pero lo pondrán entero o en supremas. Le pregunto. Mejor no, parece que lleva esperando un buen rato y el restaurante está lleno. ¿Habrá más camareros? Es que la reforma laboral…
Todo esto a la velocidad del rayo. Y eso que tenía el tiempo justo.
Me di cuenta. Y creo que se me vio hablar sola. El camarero ya…con los ojos en blanco.
Le dije a mi mente: “¡YA! Entrometida!! No paras de estresarme con tus futuribles. Qué pesadita eres. Esto solo es una comida cualquiera”.
Imagínate si estuviera tomando la decisión de si cambiar a los niños de colegio. O de vivir en otro país. O cambiarte de trabajo.
Paranoia al volante.
Y es que mantener ese bucle a raya es primordial. Que a veces la mente más que estar a tu servicio, se pone en contra con su exceso de protagonismo.
Y no deja sillas para que el instinto se siente a la mesa de las negociaciones.
Que también te digo, tanto buscar la decisión perfecta (e imposible) como si eres de esos que dice que vas fluyendo por la vida sin plantearte nada, son dos caras de la misma moneda.
La virtud está, en el término medio. En un mundo ideal tú analizas un poco pero también te lo dejas sentir. Sin paralizarte pero sin tirarte a la piscina a las bravas. Y te detienes un poco más en las decisiones trascendentales y un poco menos en las que no lo son.
Eso sí. Si al bucle hay que tenerlo a raya, imagínate como tienes que tener a la culpa. Si eres de los que después de haber tomado la decisión ya te estás arrepintiendo, entonces tenemos otro problema.
Releo mis palabras y digo ¡qué sufrimiento!. Un sufrimiento que se puede reducir, incluso minimizar al mínimo.
Si tú te propones que tu toma de decisiones sea más ligera es urgente desenmascarar al saboteador y someterle a un tercer grado. ¿Es el miedo? ¿Es la euforia? ¿Es la inseguridad? ¿Es la ira? ¿Es la vergüenza? ¿Es el qué dirán?
Si ya tienes la respuesta, averigua: ¿Qué quiere?, ¿De qué te protege?, ¿Qué problema tiene?, ¿Cuánta razón tiene?, ¿Tiene sentido tanto ruido?
Someterle a ese tercer grado te dará respuestas. Te ayudará a ponerle en duda. Te dará pistas para que te dé la información que necesitas pero sin tanta agonía.
Lo pondrás a tu servicio y será una información más para tomar tu decisión, junto con la que te dé tu intuición, tu experiencia, tu sabiduría, tu yo superior y tu maestro interno. Todo input es bueno, pero sin dramas.
Por eso el autoconocimiento es clave. Para saber de qué pie cojeas y cuando le digas “ahora te veo” deje el saboteador de tener la sartén por el mango. Y todo el mundo ocupe su lugar.
Y seas tú en esencia quien toma la decisión. Por pequeña o grande que sea. Sin diluirte y con conocimiento de causa. Fluyendo pero con todos los datos que sean necesarios.